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"Pienso con algunos también que la vida en la isla era de grupos muy aislados y antagónicos entre sí, pero muy influenciados e influenciables a la vez unos por otros. Probablemente hasta existían dialectos distintos dentro de una lengua común en la que más o menos se entendían todos. Esto puede no ser así, pero no importa mucho, porque lo más importante era la escultura, y con la escultura sí sucedía, había una lengua común que a todos los ligaba y todos entendían y ésta era la piedra y después había manifestaciones marcadas por ciertas diferencias que daban un carácter o sello distinto a las obras y esto marcaba los grupos o escuelas locales más o menos localizables y quizás más en los lugares que en el tiempo, creo. En primer lugar todos los moais tienen el mismo patrón o canon que los rige, pero al mismo tiempo representan a un personaje distinto cada uno. No son como los make-makes, que por representar siempre al mismo Dios son o llegan a ser casi un signo. Lo mismo las distintas formas de hombre pájaro, que pasaran fácilmente a la escritura, en cambio el moai no. Se produjeron, indudablemente y por la presencia de algunos grandes maestros, escuelas muy evolucionadas y en las que el estilo se purificó, y se pulió. Felizmente nunca pudieron esclavizar la materia dominándola. Felizmente también, su observación y conciencia del natural nunca pasó más allá de los elementos anatómicos parciales y aisladamente considerados, sin llegar ni preocuparse nunca a la relación que pudiera haber entre uno y otro, entre oreja y cráneo por ejemplo, cabeza y cuello o cabeza y tronco, brazo y mano, eso probablemente pertenecía al patrón o canon. A veces pienso si esta falda del volcán no sería como un gran ahu.” Lorenzo Domínguez. 1960. Diario de la Isla de Pascua. |
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